River campeón de la Libertadores: del Monumental al país

El alarido campeón partió la medianoche de Buenos Aires y se expandió como un rayo por todo el país que vive, siente y sueña con una banda roja cruzándole el alma. Después de 19 años y por tercera vez en su más que centenaria y gloriosa historia, River ganó la Copa Libertadores.

Con goles de Lucas Alario en la primera etapa; de Carlos Sánchez, de penal, y Ramiro Funes Mori, de cabeza, en la segunda, el Millonario aplastó 3-0 a los Tigres de Monterrey, México, y bajo una lluvia implacable desató una fiesta impregnada de color y emoción en un Monumental con el lleno de las grandes ocasiones.

Fernando Cavenaghi fue el capitán del equipo hasta los 31 minutos del segundo tiempo, cuando le cedió su puesto a Leonardo Pisculichi. Y como el “Beto” Alonso en 1986 y Enzo Francescoli en 1996, fueron el “Torito” y  Marcelo Barovero (subcapitán) quienes alzaron la ansiada Copa en medio del delirio de los 62 mil hinchas presentes en el estadio y de los millones que estallaban de alegría delante de los televisores. Vivió una noche especial Cavenaghi, quien no renovó su contrato, no viajará con el plantel que jugará la Copa Suruga Bank en Japón y se irá de River.

También vivió una noche imborrable Lucas Alario, quien nunca imaginó abrirse paso tan pronto en la historia grande de River. Llegó hace un mes desde Colón de Santa Fe y, con su gol, terminó de meterse bien adentro del corazón de una hinchada que lo ovacionó como un ídolo cuando, a los 23 minutos del segundo tiempo, fue reemplazado por Sebastián Driussi.

Hasta ese gol en la última acción del primer tiempo (un centro de Vangioni desde la izquierda que el santafesino mandó a la red agazapándose de cabeza), el trámite no había escapado al molde de lo sucedido en México. Fue duro, cerrado, trabado, cortado, con muchas faltas y casi nada de fútbol.

River se plantó más arriba y trabó desde la salida misma, el juego de los mejicanos, pero careció por completo de ideas para llegar al arco de Nahuel Guzmán. Sólo algunos pelotazos cruzados de Leonardo Ponzio y Carlos Sánchez pudieron arrimar la pelota al área azteca. Tigres estuvo incómodo por la presión que metió River. Y tampoco generó gran cosa, más allá de las incursiones por la derecha del juvenil Jürgen Damm.

Con la ventaja de su lado y en lo peor de la lluvia, River recorrió un camino previsible en el segundo tiempo: retrocedió un par de pasos, cedió la iniciativa a los mejicanos y trató de salir de contraataque. Sólo una vez, Tigres se situó al filo del 1-1. Fue a los 23, cuando Damm eliminó a Vangioni, sacó un centro al segundo palo y Aquino, solo, elevó su cabezazo por encima del travesaño.

Cuatro minutos más tarde, se acabó el partido. Aquino le cometió un claro penal a Sánchez, quien tomó la pelota con convicción y convirtió con autoridad. Y, a los 33, Ramiro Funes Mori conectó de cabeza un córner de Pisculichi desde la izquierda y le abrió las compuertas a una locura que hermanó a padres e hijos, a grandes y chicos, y que se esperó 19 años para poder vivir de la manera en la que se la vivió.


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