El Maradona de las motos: histórica victoria de Valentino Rossi en Termas de Río Hondo

El 5 de septiembre de 2008, Valentino Rossi pudo abrazar a Maradona. Fue en la previa del Gran Premio de San Marino. Diego estaba invitado a ver la carrera y cuando descubrió al italiano, se acercó tímidamente. 

“El Doctor” no podía creerlo. El ídolo de su infancia iba a saludarlo a él. Se bajó de su moto y fue a su encuentro. Se dijeron un par de cosas y el “10”, antes de despedirse, le besó la mano.

Ayer, Valentino devolvió el gesto. De amor y admiración en la tierra de Maradona ante unas 30 mil personas. Festejó su triunfo en Termas de Río Hondo con la camiseta argentina de Diego, la que lleva el “10”. “Maradona es Maradona”, dijo Rossi todo transpirado, los ojos siempre abiertos a tope, la sonrisa eléctrica. “Era a él al que veía jugar en Italia, cuando era del Nápoli, cuando yo tenía siete años. Era fantástico”, explicó después de su 110 victoria de su carrera.

Las cosas del destino. Ayer, Valentino fue Diego en Argentina. Porque no hay genio igual en el motociclismo. Su talento y su mística lo han transformado en un mito del deporte. Nueve veces campeón mundial, en tres categorías, con 36 años y con hambre todavía para buscar su décimo campeonato. 

Es un ídolo planetario, considerado tan grande como Michael Schumacher, Michael Jordan o el propio Maradona. Por eso, una tribuna lleva su nombre en Termas y por eso, los que fueron a verlo no olvidarán la carrera de Santiago del Estero.

Rossi hizo del Gran Premio de Argentina en 2015 una pieza de colección histórica. Largó en la octava posición sin demasiadas esperanzas. “Quería adelantarme, buscar una mejor posición. Eso era todo”, confesó. El líder era Marc Márquez, que picó en punta y empezó a sacar ventaja en la primera vuelta. Todo dado para otro monólogo del campeón del mundo. Parecía que el tedio terminaría comiéndose la prueba. Como el año pasado.

En esos primeros minutos, Márquez, que se había cortado solo, parecía condenado al éxito. Valentino, entremezclado en el segundo pelotón, intentaba sacarse de encima a su compañero Jorge Lorenzo. Lo hizo y luego repitió con el resto: al buche Crutchlow y Dovizioso en un par de giros. Listo, segundo. Era mucho y era lo que quería. Pero Rossi siguió. “Vi que Marc se iba haciendo más y más grande a medida que pasaban las vueltas y aceleré”, dijo, siempre riéndose de sus propias bromas.

Rossi alcanzó a Márquez a falta de tres vueltas. Lo encaró con autoridad y lo superó. El español sintió el miedo escénico de caer en manos del mito. Entonces aceleró más, ya desde atrás y pegado a su rival, chocó a Valentino, que aguantó el primer embate. Pero Marc no paró y fue a chocar otra vez. Su Honda rebotó en la Yamaha del italiano y fue al piso. Al piso moto y piloto. Adiós Argentina para Marc.

La victoria de Rossi se festejó como un gol. Gente agitando banderas, carteles, personas gritando. Algo impensado para un deporte que en Argentina no termina de prender y que tiene mucho de agregado extranjero (mucho turista de Brasil, de Colombia, de Chile). Es que “el Doctor” regala carisma, no escatima demagogia (de la buena) y además ama a Diego.

Contrastes
Rossi ganó un carrerón en un autódromo que no deja de sorprender. Por magnitud y por derroche. Porque hasta han construido un hotel de cuatro estrellas en la entrada, que tiene vista a tres ranchos (pintados con cal), sobre una de sus calles. Y porque el gobierno de Santiago del Estero se gastó, nada más que para techar las tribunas, unos 42 millones de pesos. Porque, en síntesis, las obras parecen no terminar nunca.

No hay nada igual en Argentina. Ni por envergadura ni por capacidad de gasto. Basta ver el estado del autódromo cordobés, el Cabalén: imposible de comparar. Dos países diferentes. Termas es la tierra en la que un pase “all inclusive” para los tres días costaba 27 mil pesos. Una realidad que convivió con la humildad de los vecinos y la excentricidad del MotoGP.

Cuando llega el MotoGP, Termas es una Disneylandia estatal, un parque de diversiones para adultos iluminado con neón, entre hornitos para empanadas y motos de alta cilindrada que pican de madrugada. Una mezcla extraña de pasión deportiva, un negocio del que nadie quiere hablar y la presencia del Gobierno por donde se pise. 

Así es el Gran Premio de Argentina, destino exótico para pilotos y equipos que a veces muestran gratitud y buena onda y otras, desconfianza y orgullo de otras épocas.

Por suerte, existe Valentino, capaz de hacer olvidar las contradicciones por unas horas. Y de darle sentido a todo sólo con una moto, un casco y una camiseta de Maradona. Por algo Diego le besó la mano.


Compartir
    Mensajes Gmail
    Mensajes Facebook
Con tecnología de Blogger.