La masculinidad no debería ser sinónimo de violencia, pero está culturalmente enraizada

Hace algunos días se debate sobre el deporte, el alcohol y el violento modo en que muchos varones se vinculan con ambas cosas y entre sí.



Queremos aprovechar para reflexionar sobre algunas ideas y conceptos que sobrevuelan muchas de las conversaciones de la última semana. 

Se habla mucho de “cómo son los varones” y aparece un concepto: el de la “masculinidad”

¿Y eso? 

Hay una frase que dice “Mujeres y varones no se nace, se llega a serlo”. Esta afirmación (un poco cliché) es fundamental para determinar el punto de partida. 

Lo cierto es que la identidad, el “quiénes somos” es una construcción cultural que muchas veces se disfraza de determinismo biológico. 

Esto significa que lo que se cree “natural” de cada género es, en esencia, aprendido socialmente y por lo tanto (¡y por suerte!) puede cambiar. 

El tema es: ¿con qué parámetros vamos dando forma a nuestra identidad? 

Acá aparece el problema, porque hay un sistema de valores y creencias que se impone con fuerza y moldea formas de ser que reproducen desigualdades y prácticas muy violentas: el famoso “patriarcado”

Si hay un mandato social y cultural que les dice a los varones constantemente que no pueden mostrar sus sentimientos y que recurrir a la violencia física es no sólo aceptable sino esperado, es probable que muchos de ellos actúen en consecuencia para cumplir con la expectativa. 

En otras palabras: si toda la vida te dijeron que llorar es de maricón, la piña va ser un recurso posible para validarte con tus pares y medir tu valor. 

Entonces, ¿el problema es la práctica de un determinado deporte? No. Y en muchos casos, tampoco lo es el alcohol sino el vínculo tóxico que el patriarcado les impone tener con esas prácticas y que con el objetivo de “pertenecer” se ejecutan sin cuestionamientos. 

¿Qué tiene que ver esto con la violencia? 

Todo. El modo en que los varones construyen su “masculinidad” es determinante para ponerle un freno a la violencia. 

Entender que hay otras formas (¡mucho más sanas y humanas!) de desarrollarse en libertad es clave para empezar a cambiar. 

La sociedad justa que queremos no se construye ni con princesas ni con superhéroes. 

Se hace todos los días con personas que elijan en libertad su proyecto de vida, sin condicionamientos ni mandatos de violencia. 

¿Cómo? Con el compromiso de todxs.



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