"Sé que el aborto es un drama existencial y moral", señaló el Papa en su misiva. "He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida", añadió el Pontífice.
Con motivo del Jubileo por el año de la Misericordia, el Papa Francisco anunció mediante una carta el "perdón" para aquellas mujeres que hayan practicado el aborto. "He
decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar la
facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y
arrepentidos de corazón piden por ello perdón", señaló el Pontífice en su misiva.
A continuación, la carta completa dirigida a Monseñor Rino Fisichella:
Al venerado hermano
Monseñor Rino Fisichella
Presidente del Consejo pontificio
para la promoción de la nueva evangelización
Monseñor Rino Fisichella
Presidente del Consejo pontificio
para la promoción de la nueva evangelización
La cercanía del Jubileo extraordinario de la Misericordia
me permite centrar la atención en algunos puntos sobre los que
considero importante intervenir para facilitar que la celebración del
Año Santo sea un auténtico momento de encuentro con la misericordia de
Dios para todos los creyentes. Es mi deseo, en efecto, que el Jubileo sea
experiencia viva de la cercanía del Padre, como si se quisiese tocar
con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de cada creyente y,
así, el testimonio sea cada vez más eficaz.
Mi
pensamiento se dirige, en primer lugar, a todos los fieles que en cada
diócesis, o como peregrinos en Roma, vivirán la gracia del Jubileo.
Deseo que la indulgencia jubilar llegue a cada uno como genuina
experiencia de la misericordia de Dios, la cual va al encuentro de todos
con el rostro del Padre que acoge y perdona, olvidando completamente el
pecado cometido. Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están
llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa,
abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo
diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del
deseo profundo de auténtica conversión. Igualmente dispongo que se pueda
ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la
Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como
Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al
Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa
Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario
acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración
por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la
Iglesia y de todo el mundo.
Pienso, además, en quienes por diversos motivos se verán imposibilitados de llegar a la Puerta Santa, en primer lugar los enfermos y las personas ancianas y solas, a menudo en condiciones de no poder salir de casa.
Para ellos será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como
experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su pasión,
muerte y resurrección indica la vía maestra para dar sentido al dolor y a
la soledad. Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba,
recibiendo la comunión o participando en la santa misa y en la oración
comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación,
será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar. Mi
pensamiento se dirige también a los presos, que experimentan la
limitación de su libertad. El Jubileo siempre ha sido la ocasión de una
gran amnistía, destinada a hacer partícipes a muchas personas que,
incluso mereciendo una pena, sin embargo han tomado conciencia de la
injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo en la
sociedad dando su contribución honesta. Que a todos ellos llegue
realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más
necesita de su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la
indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo
su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos
el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de
convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en
experiencia de libertad.
He pedido que la Iglesia
redescubra en este tiempo jubilar la riqueza contenida en las obras de
misericordia corporales y espirituales. La experiencia de la
misericordia, en efecto, se hace visible en el testimonio de signos
concretos como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva
personalmente una o más de estas obras obtendrá ciertamente la
indulgencia jubilar. De aquí el compromiso a vivir de la misericordia
para obtener la gracia del perdón completo y total por el poder del amor
del Padre que no excluye a nadie. Será, por lo tanto, una indulgencia
jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que se celebra y se vive
con fe, esperanza y caridad.
La indulgencia jubilar, por último, se puede ganar también para los difuntos.
A ellos estamos unidos por el testimonio de fe y caridad que nos
dejaron. De igual modo que los recordamos en la celebración eucarística,
también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos,
rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin.
Uno
de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la
modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada
que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal y
social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del
aborto con una consciencia superficial, casi sin darse cuenta del
gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en
cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no
tener otro camino por donde ir. Pienso, de forma especial, en todas las
mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa.
Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de
comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También
por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año
jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de
absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y
arrepentidos de corazón piden por ello perdón. Los sacerdotes se
deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de
genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado
cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a
acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con
su presencia.
Una última consideración se dirige a los
fieles que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran
los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X. Este Año jubilar de la
Misericordia no excluye a nadie. Desde diversos lugares, algunos
hermanos obispos me han hablado de su buena fe y práctica sacramental,
unida, sin embargo, a la dificultad de vivir una condición pastoralmente
difícil. Confío que en el futuro próximo se puedan encontrar soluciones
para recuperar la plena comunión con los sacerdotes y los superiores de
la Fraternidad. Al mismo tiempo, movido por la exigencia de
corresponder al bien de estos fieles, por una disposición mía establezco
que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los
sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la
Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus
pecados.
Confiando en la intercesión de la Madre de la
Misericordia, encomiendo a su protección la preparación de este Jubileo
extraordinario.
Vaticano, 1 de septiembre de 2015.
FRANCISCUS
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