Es posible que el poder seguir con la vida de uno con el recuerdo del hijo fallecido sea de los procesos más difíciles por los que puede pasar una persona.
La muerte de un hijo
es uno de los golpes más devastadores que puede dar la vida. Toda
pérdida es difícil de afrontar y marcará, de alguna forma, a los seres
queridos por el resto de sus vidas; pero la muerte de un hijo es,
especialmente, difícil de afrontar por los significados que tendrá para
los padres.
En primer
lugar, es un suceso inesperado, pues son los padres los que, de acuerdo
al orden o proceso de vida, suelen morir antes que los hijos; esto no
sólo cuando la muerte se debió a un accidente o a algún imprevisto sino también cuando la muerte ocurre después de una larga enfermedad. Este carácter inesperado también es independiente de la edad que tengan los hijos al morir.
Al perder a un
hijo no sólo se pierde la vida que éste hubiera podido tener, también se
pierde la que sus padres pudieron haber tenido con éste y, lo que a
veces puede ser más difícil de tolerar, se pierden las esperanzas e
ilusiones que los padres tenían con el hijo perdido: desde expectativas
profesionales hasta el acompañar a una hija en el día de su boda. En la
gran mayoría de las ocasiones, el carácter inesperado de la muerte de un
hijo y las pérdidas que implica dificultan el que los padres puedan
retomar su vida. Además de lo ya mencionado, en algunas familias pueden
existir relaciones conflictivas previas entre los padres y el hijo que
compliquen aún más el trabajo que éstos tendrán que realizar ante su
muerte.
Después de todo, el duelo por la muerte de un hijo
es una ardua tarea. Es el trabajo de darse cuenta y aceptar poco a poco
que un hijo ha muerto y permitir que la relación que se tenía con él se
mantenga en recuerdos. Es un trabajo importante pues es lo que
permitirá que los padres puedan continuar con su vida y que puedan
encontrar parte de lo que tenían con el difunto en otras actividades o
con otras personas; por ejemplo, que después del trabajo de duelo se
pueda retomar la relación con otros hijos y enriquecerla con aspectos de
la relación que se tenía con quienes ya no están. Es posible
que el poder seguir con la vida de uno con el recuerdo del hijo
fallecido sea de los procesos más difíciles por los que puede pasar una
persona.
Pero entonces, ¿cómo se afronta este proceso, cómo se lleva de la mejor manera?
No se está hablando aquí de superar la muerte de un hijo pues es algo
que no se supera, que nunca va a dejar de ser un evento importante y
doloroso en la vida de un padre: en otras palabras, nunca se va a
reemplazar, olvidar o traer de vuelta a un hijo perdido. Se puede, sin
embargo, buscar que esta muerte sea sobrellevada de la mejor forma
posible. Del lado de los padres es importante que busquen consuelo y
apoyo en sus familiares y amigos, y que busquen fortalecer la relación
con los demás hijos que tengan pero, y esto es muy importante, sin
esperar que éstos ocupen el lugar del hijo que ya no está.
Darse tiempo
para llorar y pensar en la pérdida es importante también, sin
presionarse a superar la muerte o a dejar de sentir tristeza;
independientemente de lo que suelen decir los manuales de psiquiatría,
cada persona tiene su tiempo para procesar la muerte de un ser querido.
Del lado de los familiares y amigos de los padres se sugiere hacer lo
que cualquier ser humano: apoyar en lo que sea posible pero también
respetando la distancia que los padres puedan necesitar en su duelo.
Aquí el peligro
es el del desarrollo de una depresión, cosa que puede suceder cuando no
se le está pudiendo dar una conclusión al trabajo de duelo. Es por esto
que es importante estar atento a señales de posible depresión como
negación prolongada de la muerte, pérdida de apetito frecuente,
dificultades para conciliar el sueño o dormir en exceso. Es natural que
estos síntomas aparezcan en los primeros días e incluso meses después de
la muerte de un hijo. Si estos síntomas, sin embargo, ponen en peligro
la vida de una persona o alteran severamente su funcionamiento es
importante solicitar apoyo psicológico.
De hecho, es
importante que cualquier padre que esté pasando por la muerte de un hijo
acuda a tratamiento psicológico aun cuando no demuestre ninguna señal
de depresión. El apoyo psicológico puede ser de gran ayuda para que un
padre pueda afrontar la muerte de su hijo y que, eventualmente, el dolor
por la pérdida se convierta en nostalgia y en el recuerdo de los
momentos que padres e hijos pudieron pasar juntos.
Psicologo Luis Gerardo Montes
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