Néstor Abel Legal, envió una nota al Concejo Deliberante, para rescatar la figura histórica de un casereño, que trascendió en la escena política nacional.
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Se trata de Manuel Ortíz Pereyra que nace el 5 de diciembre de 1883, en Monte Caseros, provincia de Corrientes.
En 1907, se gradúa de doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales. Ejerce el periodismo y la abogacía.
En 1911, publica “Fundamento intrínseco del Derecho” y “Métodos y puntos de vista”.
Desde muy joven, milita en la Unión Cívica Radical, en aquel radicalismo pujante y tumultuoso que lucha contra “el régimen falaz y descreído”.
Hombre de confianza de la dirección partidaria, se desempeña en algunas intervenciones provinciales: en 1918, ministro de gobierno en Catamarca, en 1922, ministro de gobierno en la intervención a Jujuy.
Para esa época ya ha sido elegido senador provincial, en su provincia natal. Poco después, en 1924, es designado ministro de gobierno en la intervención a La Rioja y luego, Fiscal Federal.
A mediados de la década del veinte, después de las experiencias adquiridas en diversas provincias acompañando siempre al “personalismo” yrigoyenistas, considera necesario dotar al partido de postulados programáticos que disipen las definiciones ambiguas y en algunos casos, meramente sensibleras, con que responden habitualmente los dirigentes a los problemas que plantea la realidad.
La cuestión nacional –es decir, la condición semicolonial de la Argentina respecto al Imperio Británico- aparece así como una de las cuestiones prioritarias, no debidamente esgrimidas en las tribunas radicales.
El tema lo aborda en un libro que publica en 1926: “La Tercera emancipación”. Allí sostiene, por ejemplo, que “los hombres de negocios, los directores y propietarios de las grandes compañías comerciales e industriales, los exportadores y los importadores, los dueños de las empresas de transportes, los capitalistas que trafican con nuestra producción, los que gobiernan y mandan en las diversas actividades económicas del país, no son argentinos”.
De este modo, brega porque el Partido Radical no sólo levante la bandera del sufragio libre y la defensa de las instituciones democráticas sino una posición claramente anti-imperialista.
Ortiz Pereyra insiste: “La Revolución de Mayo y la declaración del Congreso de 1816 nos dieron una primera independencia… El advenimiento de Hipólito Yrigoyen nos aseguró la segunda independencia, la del pueblo para gobernarse libremente dentro de la Nación libre. Ahora nos falta completar la nacionalidad, conquistando la última independencia: nuestra independencia económica”.
Esta posición resulta extraña y antagónica al pensamiento dominante. La izquierda tradicional, desde su internacionalismo, la rechaza. El conservadorismo también porque atenta contra su concepción de la “Argentina agro-exportadora”.
Pero asimismo, se desinteresa el Radicalismo, ajeno a estos planteos.
El mayor silencio responde al libro, no obstante que Ortiz Pereyra maneja un idioma campechano, nutrido de ironías que facilitan la lectura y las conclusiones.
Evidentemente, se trata de uno de los temas tabúes en la Argentina vasalla. El nacionalismo democrático –a pesar de su naturaleza agrarista, que no plantea la industrialización- resulta molesto y peligroso para el orden constituido.
Pero él no se desanima y dos años después, lanza un nuevo libro: “Por nuestra redención cultural y económica”. Con un lenguaje aún más popular, mechado de anécdotas interesantes, este libro ratifica su denuncia de nuestra sumisión económica pero agrega también el análisis de nuestro sometimiento cultural: allí denuncia un sistema escolar de enseñanza enciclopédica, remedo de los colegios europeos, nutrido de informaciones sobre cuestiones pasadas y lejanas, y ausente de los conocimientos indispensables para comprender los problemas de nuestra realidad.
Su modo especial de reflexionar –aprehendiendo la realidad nacional, tal cual es y no a través del lente europeo- implica relativizar los conocimientos que llegan importados a la Argentina y que se instalan como verdades absolutas.
Por eso, señala Fermín Chávez: “En el campo de la epistemología, Ortiz Pereyra se adelantó a pensadores contemporáneos que han trabajado sobre la relatividad de la ciencia, sobre todo si se la mira desde la periferia.
No es casual que nuestro compatriota cite al pensador ruso Eugene de Roberty (1843-1915), profesor de la universidad Nueva de Bruselas, sostenedor de la tesis sobre “la variabilidad esencial de los conceptos de la razón”.
“Libros y libros se apiñan en las bibliotecas sobre los más diversos temas –señala Ortiz Pereyra- pero no alcanza a la docena los que tratan de nuestra política económica nacional”.
Por eso, agrega: “… No se discute esa realidad tan grande como una catedral que soportamos todos los habitantes del país: la tiranía con que nos comercian los capitalistas ferroviarios, los tranviarios, los dueños de luz, el teléfono, las empresas de navegación, los que gobiernan los precios de nuestras carnes y nuestros cereales, todos, absolutamente, todos extranjeros”.
Esta audacia de Ortiz Pereyra –poner en práctica un anti-imperialismo concreto, frente al liberalismo oligárquico y el anti-imperialismo abstracto de la izquierda- recibe también el silencio como una única respuesta.
El no se arredra y prosigue su campaña pedagógica, dirigida a formar una conciencia nacional, desde la conferencia, el folleto o la larga conversación en los cafés.
En 1929, siendo fiscal, enjuicia a la Asociación General de Trabajo y a la Liga Patriótica como entidades patronales, reaccionarias y rompehuelgas a través de la contratación de crumiros (Crumiro, sinónimo de esquirol o revientahuelgas en el español de Argentina, Chile y Uruguay), signadas además por el antisemitismo y promueve su disolución.
Poco después, al producirse el derrocamiento de Yrigoyen, en setiembre de 1930, se ofrece como abogado defensor a Don Hipólito.
Asimismo, en el mes de octubre, lanza un periódico –“Renovación”- donde propone levantar las viejas banderas radicales, pero también realizar la auto-crítica correspondiente que ha provocado la caída, solo dos años después del plebiscito del año 1928.
Esta nueva audacia provoca su detención en la Penitenciaría Nacional y poco después, su exilio en Montevideo.
Pero, en 1932, regresa con nuevos ímpetus y junto con Julio R. Barcos, lanzan “Concentración de izquierdistas de la UCR”, agrupación que se expresa en el periódico “Bandera Argentina”.
La agrupación y el periódico se insertan en “la resistencia radical” contra el gobierno fraudulento del general Justo, convocando a los radicales a profundizar sus posiciones revolucionarias, hacia una izquierda nutrida de pueblo.
Dos años después, ahora con el propósito de evitar la claudicación de ese radicalismo conciliacionista dirigido por Alvear. Ortiz Pereyra resulta uno de los animadores del grupo de “Los Radicales Fuertes”, junto a Jauretche, Dellepiane y otros.
Esa agrupación intenta evitar el levantamiento de la abstención, en la convención radical de fines del año 34, pero infructuosamente.
Los aparatos alvearistas derrotan el empuje de la juventud irigoyenista y el 2 de enero de 1935, el Radicalismo abandona su posición intransigente: levanta la abstención y se incorpora al sistema como Oposición de su Majestad.
Entonces, “los radicales fuertes” buscan el camino para proseguir la lucha. Y allí nace FORJA, donde Ortiz Pereyra participa como uno de los cinco fundadores junto a Homero Manzi, Arturo Jauretche, Juan B. Fleitas y Félix Ramírez García.
Así continua su lucha inquebrantable, levantando ahora, con mayor fuerza aún, sus mismas ideas de años atrás.
En esa época, se entrega con alma y vida a FORJA. Allí aporta no sólo sus conocimientos y su particular ironía –que retomará y ampliará luego Arturo Jauretche- sino que aporta ayuda económica por ser uno de los pocos forjistas con cierto patrimonio personal (Se ha casado con la hija del dueño de la empresa Saint de chocolates y llega a ser propietario de caballos de carrera).
Resulta así un singular caso de político que llega rico a la lucha y saldrá de ella, pobre, al cabo de unos pocos años.
Por entonces, publica un nuevo libro: “El S.O.S. de mi pueblo”. En esta obra, acentúa el lenguaje coloquial y el gracejo campechano de los anteriores.
El capítulo de “Aforismos sin sentido” inaugura el estilo que cultivará Jauretche, muchos años después, en su Manual de Zonceras.
Desde FORJA, ayuda a consolidar la nueva conciencia anti-imperialista. Después, en 1939, colabora entusiastamente con Scalabrini Ortiz, en “Reconquista”; “Desde la aparición de “Reconquista” –sostiene- me siento otro hombre.
Y no es para menos, pues ya me consideraba un fracasado, un pobre diablo, sujeto destinado a ir a parar al Open Door (manicomio), si antes no me llevaban a la Chacarita metido en un tacho de basura”.
“Reconquista”, agotados sus recursos, deja de aparecer, al poco tiempo, pero él mantiene su tozuda militancia apoyando a FORJA, cuyas ideas ganan terreno en la conciencia de los argentinos, en esos primeros años de la década del 40.
El 23 de mayo de 1941, Ortiz Pereyra fallece en Buenos Aires, después de una larga lucha acompañando al pueblo argentino en la búsqueda de una sociedad mejor.
Queda su ejemplo, quedan sus libros, sus periódicos. Algunos autores aprecian que queda, además, un modo particular de reflexionar sobre la sociedad argentina y su desarrollo, es decir, un método de conocimiento para aprehender la realidad nacional.
Todo ello resulta suficiente para que premeditadamente sea olvidado. Nadie osa recordarlo.
Ni los radicales, renegadores del irigoyenismo nacional-democrático.
Ni el peronismo, del cual fue precursor, ni los izquierdistas anti-nacionales que lo sindicaron de nazi, ni los nacionalistas de derecha que lo repudiaron por amigo del pueblo.
Sólo en alguna librería de viejo aparece de vez en cuando, ajado y amarillento, alguno de sus libros. Sin embargo, este precursor y fundador de FORJA fue una singular conciencia lúcida de un momento de la lucha por la Liberación Nacional, cuando los trabajadores industriales todavía no se habían puesto en marcha.
Fuente: NORBERTO GALASSO – LOS MALDITOS – VOLUMEN II – PÁGINA 333. Editorial Madres de Plaza de Mayo.
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